miércoles, 29 de octubre de 2008

Yo vi el gol de Bertoni.

Sí, lo vi. Lo sigo viendo. Lo mismo con los años se ha ido rodeando de una aureola creada por la fantasía y que la imaginación la ha elevado por encima de la propia realidad.
No sé. Pero lo vi. O ¿lo soñé?.
Permitidme que os lo cuente.“El Terrible” había llegado la temporada anterior, después de marcar (ayudándose con la mano antes del disparo, pero silencio que no se sepa mucho) el último gol de la final del mundial de Argentina en 1978, con el “Matador” Kempes como estrella y figura, que dejó con la miel en los labios a la Naranja Mecánica de Holanda (con Neeskens, Croll y los hermanos Van Derkerkof - o algo así- pero sin Cruyff).
A lo que iba. En el partido frente a la Real Sociedad (2-1) Bertoni marcó los dos tantos.Nos expulsaron a dos jugadores -creo que uno era Pablo Blanco y el otro Juan Carlos- por protestar después del empate realista en fuera de juego. Y con dos menos, Bertoni marcó el gol del triunfo dejando a la Real sin la liga.
Este segundo gol fue el antológico. En aquella época, los carnets de juveniles eran válidos tanto para gol norte como para gol sur, y recuerdo que en los descansos me cambiaba de portería para ver atacar al Sevilla.
Llegaba el final del partido (minuto 81), y en una jugada en el lateral del área de gol sur, la que da a fondo, Bertoni agarró un disparo de rosca inverosímil. Arconada gateaba hacia atrás dándole manotazos al aire intentando en vano alcanzar la pelota, que giraba como un planeta sin dejarse cojer, trazando una trayectoria curva por delante de la portería, y buscando el palo izquierdo del meta vasco que sólo pudo cotemplar como perforaba su arco. Golazo de campeonato.
La grada estalló con un júbilo incontrolado (para los más jóvenes diré que fué algo parecido al júbilo del gol de Puerta contra los alemanes) , el lleno en el Sánchez Pizjuán era de los que hacen época con gente hasta en las escalerillas y los pasillos (las localidades de gol eran de pié, excepto en el voladizo y el banco de pista).
Era una poderosa Real Sociedad que llevaba todo el campeonato imbatida, de hecho después gano dos ligas seguidas. Jugábamos con dos menos, con un arbitraje infame (no hay nada nuevo bajo el sol). Y el Sevilla ganaba.
¿Que el Sevilla estaba primado? Puede. ¿Qué la Real también estaba primada por ganar la liga? Sin duda. Era un duelo de poder a poder.
También quedó para la memoría colectiva del sevillismo aquel otro gol al malogrado Urruti desde el borde del area y a media vuelta que se coló por la escuadra y tras el cual, el propio portero fué a felicitarle.
Aquellos goles quedaron para siempre grabados en la mente de un chaval de quince años. Golazos de ensueño. De los que perduran siempre. Son los goles que se recrean en los sueños, en los sueños que tenemos todos los sevillistas. Los goles que hacen que volvamos por Eduardo Dato dándole patadas al aire recreándolos. Los goles de un campeón. Los goles de una ilusión…

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