Han pasado casi dos semanas y sigue tan presente como si no se hubiese ido. Creo que nunca olvidaremos a este niño de Nervión con una zurda de diamantes.Mi amiga, la poetisa trianera Marisa Carbajo Lobo, escribe en su libro Novecientos cincuenta y cinco versos, un poema dedicado a su hermano que también voló tan de repente, tan joven y tan artista.
Me tomo la libertad de plasmarlo aquí como modestísimo homenaje.
Saludos.
UN ÁNGEL CON CORBATA
No por razón de dogma incuestionable,
no por ensoñación ni fiebre rara,
ni por delirio insomne:yo lo he visto
despierta y despejada.
Un no sé qué celeste
prendido en la mirada,
susurros, aleteos,
la risa fuerte y clara,
y clara su melena,
silvestre, almibarada,
con rizos hacia el cielo,
que tanto le enfadaban.
Y aquella forma ingenua y peregrina
de andarse por las ramas...
Lo he visto, yo lo he visto tantas veces
como ausente, mirando a una pantalla,
como etéreo, moverse en zapatillas,
como tonto, comerse mis patatas,
subido en aquel guindo, como siempre,
dormido en esta cama...
Lo vi llorar al padre,
noté cómo temblaba
por verse en la misión ―tan de repente―
de custodiar la casa,
tan breve de presencia,
tan torpe con la espada...
Y cuando se hizo un hombre
lo supe, más que nada,
por mi esfuerzo, devota y de puntillas,
para alcanzar su cara.
De gracia se llenaba ante mi enojo
al ver que sus mejillas me pinchaban.
¿Dónde se ha visto espíritu tan cándido
en cuerpo de modelo de portada?
Lo vi pintando lienzos
y luego preguntar si los firmaba.
¡Ángel de pocos aires!... Qué poquito
calaban en su afán mis alabanzas.
Durante treinta años, ¡treinta años!
pendiente del prodigio de su magia,
y nunca vi su vuelo;
supongo que a escondidas lo lograba,
un tanto temeroso y vacilante
en cada encrucijada,
y luego retornaba a su refugio
a tiempo de evitar la luz del alba,
y de llegar a misa
y derramarse en gracias.
No sé si se extravió, se lo llevaron...;
sé que no regresó de madrugada.
En paz lo vi, sin signos de cansancio,
y dicen que voló y en paz descansa...
Hermoso en sus dos metros de estatura
―sin extender las alas―.
Conservo cosas suyas: su despiste,
los cuadros que pintaba,
sus libros, sus canciones,
sus mismos apellidos, su mirada,
y su mejor retrato:
un ángel con corbata.