jueves, 13 de septiembre de 2007

The Godfather




-Padrino; creo en América- Así comienza la obra de arte sobre la familia Corleone.
Yo creo en el Sevilla. Soy sevillista. Nací y vivo en esta ciudad llamada Sevilla.
¿Por qué algunos se empeñan en no llamarla por su nombre?
Conozco a Sevilla, y conozco al personal, y sé que es difícil llevar por mucho tiempo careta.
Desde lo de Antonio Puerta, sevillista que murió con la camiseta del Sevilla, se está viviendo en una hipocresía que afortunadamente está llegando a su fin, porque las máscaras empiezan a caer y se descubren de nuevo los rostros.
Acudir a un funeral es un acto de obligado cumplimiento, es pura y elemental educación (no me negarán el parecido de la foto con el pésame en Nervión)
Asistir a una fiesta sí es un acto de generosidad, sobre todo si te han vilipendiado en la tuya. El presidente del Sevilla ha demostrado la clase de la que otros han carecido.
Pero la memoria histórica no podemos olvidarla y han sido muchos intentos de humillaciones, muchas frases desafortunadas, muchas banderas ridiculizadas, muchos “veinte duros”, muchos sentimientos heridos, mucha copa refregada, mucha encuesta fraudulenta, y ni una sola disculpa, ni una sola. Últimamente tampoco olvida la historia cierto político en la portada de su libro, ¿por qué no habrá puesto mejor la foto de un busto o de un partido en tercera? Tampoco la olvida un ilustre de rango y apellidos enlazados que se enorgullece de no tener en su familia ni rateros ni sevillistas. ¡Ole la concordia!
Pero la vida sigue, reina la paz y la alegría. Todos somos hermanos y nos llevamos muy bien, sobre todo para intentar lavados de imagen y negociaciones compartidas y suculentas.
Todo volverá a la “normalidad”, ya lo verán.

1 comentario:

Mercedes dijo...

La típica frase de "es tonto el pobre, no da para más", que alguna que otra vez todos hemos empleado referida a alguien, es absolutamente falsa: los tontos siempre dan para más.

Una persona inteligente se pone sus límites, un tonto no, de ahí que podamos decir que la estupidez es ilimitada y, por lo tanto, un fenómeno interesante y fascinante.

Así, vemos que, por ejemplo, un cargo público de relevancia no se corta un pelo a la hora de hacer un chascarrillo en la portada de un libro, aunque el mismo ofenda a la mitad de la ciudadanía a la que representa. Tampoco se corta cuando, recordando los tiempos de la escuela de primaria, en los que cualquier retrato exhibido en clase se veía adornado inmediatamente de gafas y bigote, se sube a una grúa para colocar una chapa en una portada de Feria.

Pero como digo, la estupidez es libre, no tiene prejuicios, no sabe de prudencia ni de protocolo, de educación ni de clase, ni siente vergüenza de mostrarse abiertamente en público. Es una de las ventajas que tiene ser estúpido, gozan de la libertad de expresión, en términos absolutos.

Otra ventaja es que cualquier nimiedad les hace felices. Lo que tampoco está tan mal, teniendo en cuenta lo poco a lo que pueden aspirar.