sábado, 8 de septiembre de 2007

El carnet


Este de la foto, con cara de pringaillo, era el rey del universo, o al menos eso pensaba él.
Era el mes de julio del 76 y se sentía más importante que nadie; más que el Rey, más que el Sr. calvo y con bigote que aun circulaba en las monedas, más que el Papa.
Era un niño feliz, un adolescente feliz. Trece años de felicidad.
No tenia móvil, ni ordenador, ni megas en vinagre de esas que se llevan ahora.
Tenía su carnet del Sevilla.
Lo recogió en una antigua casa-palacio sevillana, de patio con columnas y adornado con pilistras. Al final del patio había un pequeño mostrador. Y al fondo a la izquierda la sala de trofeos.
No sabía que despertaba en él más admiración, si los trofeos o el carnet plastificado con su foto y con dos solapillas traseras para meter la cartulina con la fracción pagada.
Aquel día, el chaval salió de la casa-palacio de la calle Harinas radiante de felicidad; era socio del Sevilla.
La ilusión en un bolsillo.
La misma felicidad que tengo yo cada mes de julio cuando renuevo mi abono.
Cada verano la misma historia, la misma ilusión y... vuelvo a ser un chiquillo.
!Que grande es ser sevillista!

1 comentario:

Impertinente dijo...

Los vellos como escarpias, hermano.