jueves, 21 de mayo de 2009

A la luz de un KINKÉ; líneas, dibujos, palabras, un sombrero de ala ancha y la muleta de un cojo.

Huyendo de su sombra y sus fantasmas, el gran Armet, dejó su tierra catalana buscando nuevos horizontes. Atrás dejó el Universitari donde debutó y se consagró como un determinante y magnífico delantero. Aparcó su otro club, el Español, donde levantó pasiones y las delicias de sus seguidores junto a sus hermanos Koki y Pakán, amén de un tal Zamora que guardaba la portería.
Y llegó a Madrid. Demasiado frío quizá para este aristócrata con aire daliniano, surrealista y a veces esperpéntico, que notó como la brisa fresca de la primavera sevillana tiraba de él y lo metía en un tren rumbo a su futuro, rodeado de jovencísimos artistas que para sobrevivir con un balón en los pies, aprendieron toda una enciclopedia de filigranas, driblings, regates y controles inverosímiles jamás pensados en esto de la esferomaquia.
Juan Armet de Castellvi, hablo de Kinké, había nacido en Tarrasa en 1895 y en marzo de 1917, a los veintidós años, llega a Sevilla y se hace sevillano, tan sevillano que lo primero que hace es ponerse un sombrero de ala ancha para recorrerse la banda como linier en el campo del Mercantil. Desde el primer momento dejó su impronta, y organizó, moldeó, engarzó y materializó la forma y el estilo que llevaban dentro unos chavales sevillanos auténticos genios de un sport llamado football. Y nació la escuela sevillista. Fue necesario aunar varios parámetros y la confluencia de distintos vectores para conseguir el prodigio. Diamantes en bruto fueron pulidos hasta concluir la línea delantera más genial nunca antes vista; la del miedo la llamaron.
Sus propios compañeros dijeron de él que era el más sevillano de todos.

Sí, Armet Kinké, tan catalán, tan aristócrata, tan cabal y filantrópico, y tan sevillano.

Fue testigo directo del cambio de campo, del Mercantil al Reina Victoria, del cambio de escudo y de la transformación de la ciudad que se preparaba para una revolución llamada Exposición Iberoamericana.

Participó en el logro de nueve campeonatos de Andalucía.
Nueve copas abrazó Kinke, nueve. Nueve títulos con su Sevilla.

Tres puñaladas recibió en Sevilla, tres, que dejaron otras tantas cicatrices en su alma; José, Francisco Javier y Enrique. Tres muertes repentinas, tres amigos en la ausencia, tres naufragios, tres tormentos; Joselito el Gallo, Paco Alba y Spencer.

Diez temporadas, diez, jugó en el Sevilla.

Tras dejar su elástica blanca de sportmen sevillista se metió a entrenador. Varios equipos gozaron de sus exquisiteces; el del Patronato, Murcia, Real Madrid, Valencia, Olímpica Jienense y Sabadell, pero ya no fue igual.
Eso es lo malo del presente, que el futuro ya no es lo que era.

Una mesa de modesto funcionario en las oficinas de la Mutualidad de Futbolistas en Madrid fue testigo de sus últimos años. Cuentan que estaba triste y algo desilusionado porque no le gustaba el fútbol que veía y sufría al ver planteamientos tan defensivos. No concebía que se saliera a jugar con las miras exclusivas de ganar destruyendo juego.

Cosas de la melancolía.




En el otoño de 1956 los dioses del olimpo futbolístico lo ficharon, y allá por las alturas de la gloria le encomendaron la labor de crear una línea celestial, pero eso sí, lo más sevillana posible.
Y más de un ángel, si es que hay cojos en el cielo, se habrá acordado de la gracia sevillana y le habrá tirado su muleta gritándole: ¡OLE!.


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Te debía este post mi querido Lamparilla, y no será el último.

Allá donde estés deja que te diga algo: GRACIAS POR HABER VENIDO

3 comentarios:

Guardianes de la Memoria dijo...

¿El equipo del Patronato? ¿Que club sería ese?

Mientras he leído la entrada me ha recorrido un escalofrío por la espalda. Emocionantísimo.

Por cierto, yo creo que el lamparilla fue el verdadero precursor de la escuela sevillana, aunque siempre habrá alguien que no esté de acuerdo conmigo.

Gloria a Kinké nuestra luz y faro de aquellos irrepetibles años.

cornelio dijo...

Otra vez magnífico.

El nivel de este blog está "in crescendo".

De aquellos primeros post al de hoy, y no soloeste hay un salto de calidad.

Hablando de Kinké. Hace unos años se le puso ese nombre a la mascota sevillista, que fue utilizada en llaveros y otros soportes, antes de que apareciera Locco.

Erea otra foram de rendir homenaje a este símbolo del sevillismo.

Vademécum Sevillista dijo...

Mejor semblanza del jugador más decisivo de la historia del Sevilla no cabe. Nadie como él marcó el carácter y el estilo que determinarían para siempre el porvenir sevillista. Cierto es que la escuela del mismo nombre ya contaba con importantes elementos indígenas, pero posiblemente sin el maestro, sin el faro, sin su luz, habría degenerado. Basta mirar al lado, muy, muy cerquita.
Salve Don Juan Armet. Gracias Kinké. Y gracias también al gran Antonio, por escribir este post sobre mi jugador favorito del primer tercio de la histori sevillista.