domingo, 22 de marzo de 2009

Floreció el pretérito.

Ir al Sánchez Pizjuán es como volver a casa por Navidad. Retornas a casa para reencontrarte con los tuyos y con tus recuerdos. Es como bucear por la memoria en una caja de latón llena de fotos en sepia buscando antiguas sensaciones ya olvidadas.
Y anoche volvió a darse el prodigio.
Duró un instante. El tiempo que duran tres regates en el lateral del área.
Cayeron a plomo sobre la conciencia colectiva un chaparrón de recuerdos que hicieron florecer, sobre el verde césped del Sánchez Pizjuán, la verdad de la escuela sevillana que dejó para siempre a la sombra de la Giralda el gran Spencer.
La obra del trianero Enrique Gómez se fue transmitiendo de generación en generación como preciosista y profundo legado, hasta que la pudimos admirar de la mano, o mejor dicho del pié, de un muchacho del Puerto que compartía el cartel del equipo de mi adolescencia; Enrique Montero.
La técnica y la clase a espuertas. El recorte en medio metro, el caracoleo, ahora te la enseña, ahora te la oculta, ahora te manda por tabaco, y te rompe la cintura con un giro de la suya, y la pone por un sitio imposible. El regate elevado a la última potencia en un espacio imposible para otros.
El arte por el arte. La maestría y la clase en el dominio del balón al servicio del espectáculo. Ese era el fútbol de Enrique Montero. Pinchen aquí y disfruten del cuarto gol.
Y la certeza común de la memoria nos dejó en la noche de ayer nuevamente la impronta que dejó Spencer, y que todos conocimos en Montero, pero esta vez de la mano de un joven llamado Diego Perotti.
Fue en el lateral del área. Y todos nos hicimos treinta años más jóvenes al ver como se repetía el prodigio. Los hermanos del Voladizo nos mirábamos unos a otros y nos decíamos;
-¿has visto a Enrique Montero?-
Sí, era Enrique Montero en su caracoleo magistral. Era la esencia del legado de Spencer.
Volvimos a casa como cuando se vuelve por Navidad disfrutando de un Sevilla campeón, que doblegaba cuatro a uno al Valladolid, dejando las retinas llenas de esencias de la escuela sevillana y de la mano del rey de reyes, del profeta de los sueños.
Pero al Rey…, al Rey hay que dedicarle un capítulo aparte.


3 comentarios:

Anónimo dijo...

Saludos.

No ví a Spencer porque me retrasé al nacer, pero sí ví a Montero.

Y como sabrás, hay algo mágico en éste deporte que lo sublima. Es el encantamiento en las piernas, en los pies y en las cinturas.

Es el mago que hipnotiza y nos hace ver fantasías sobre un rectágulo de yerba.

Es el Sevilla y como dices, la escuela sevillana aunque ése mago haya nacido a dos, doscientos o diez mil kilómetros de Nervión.

Es FÚTBOL.

Es Foot Ball.

Y son sportmen, nuestros sportmen.

Hoy, amigo, vivo en paz conmigo mismo y estoy dispuesto a olvidar muchas cosas.

Gracias por ser generoso con tu verbo.

Cuídate.

Vademécum Sevillista dijo...

Tienes toda la razón Antonio. Su recorte de ayer en mi bendita banda de Fondo fue la viva imagen del gran Enrique Montero. Y hasta que no te he leído no me había percatado de ello.
Desde aquí recomiendo a quien quiera ver -o volver a ver- al portuense quebrando cinturas, que entre en YouTube buscando la cuenta de "Escorpio500". Veréis qué maravillas tiene colgadas. Yo me he suscrito a su página. Impresionante.

A. Ramírez dijo...

Muchas gracias por vuestros comentarios.
Ya he puesto el enlace de un video de Montero rompiendo cinturas...ufff que barbaridad.

Cuidaros
(copyright de Jose M. Ariza)