El sentimiento es el resultado de una emoción, a través del cual, la persona que es consciente tiene acceso al estado anímico propio. El cauce por el cual se solventa puede ser físico y/o espiritual. Forma parte de la dinámica cerebral del ser humano, que le capacita para reaccionar a los eventos de la vida diaria al drenarse una sustancia producida en el cerebro, al mismo.
Queda claro, los sentimientos son el resultado de las emociones propias, de sensaciones totalmente subjetivas. Cada uno tiene sus propios sentimientos y para cada uno nuestras sensaciones emocionales están por encima de las de los demás, por una sencilla razón: porque son las nuestras. Un dolor de muelas sólo lo siente y lo sufre quien le toca vivirlo, pero a todos nos pueden doler – y nos duelen- nuestras muelas y no las ajenas.
No puede esgrimirse, por tanto, en el mundo de los aficionados al fútbol, como causa directa para alardear de unos colores y situarse por encima de otros aficionados (del propio equipo o del equipo rival) esa a veces eufórica, y manida siempre, frase de “no hay mayor título que llevarte en el corazón”.
Sin embargo reconozco que la frase tiene su encanto y que puede ser empleada por cualquier aficionado de cualquier equipo del mundo, tenga su equipo títulos o no.
Pero en estos supuestos ocurre como con el cariño hacia nuestros hijos. ¿Quién no quiere a sus hijos? Cada uno de nosotros tiene un amor sin límites hacia ellos –hablo de personas normales- por lo que todos estamos en igualdad de condiciones a la hora de poner en una balanza esas emociones. Nadie tiene el patrimonio del sentimiento en exclusiva.
Ahora bien, no me negarán que ante la igualdad universal del sentimiento, si nuestros hijos son excelentes estudiantes, de notable hacia arriba, es todo un motivo de orgullo y satisfacción – que diría aquel- y un plusvalor añadido.
A todos nos marca el corazón nuestro equipo, a todos por igual, al aficionado del Indaucho, al del Cacabelense y al de la Ponferradina por poner algunos ejemplos.
Es por eso que me resulta ridículo que haya personas que se adueñen del monopolio sentimental y tiren de una ridícula prosa poética cuando otros esgrimen el orgullo de sus ÉXITOS DEPORTIVOS con mayúsculas, o el dudoso honor de ser primeros en algo, asunto éste que en clave sevillista llenaría muchos folios si tuviésemos que enumerar la cantidad de veces que hemos sido primeros en algo.
Me resulta ridículo, aunque respeto esos comportamientos siempre y cuando no sean usados como un intento, vano, de querer rebajar al prójimo.
Faltaría más.