domingo, 12 de junio de 2011

De romería (La noche más larga)

Triana 1905.
Aquel año de la oficialización del Sevilla Football Club parte de la ciudad también se fue de romería. Como venía ocurriendo desde 1813 los romeros del populoso barrio partieron hacía la pequeña aldea marismeña.



Pero...verán, lo anterior no es más que una excusa que sirve de prólogo a lo realmente interesante. Un texto maravilloso que escribió hace unos años una joven llamada Mercedes. Realmente magnífico. De vez en cuando me gusta releerlo.

Hoy lo traigo al Voladizo.


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La noche más larga.

Cuando estudiaba en la facultad fui alumna de un profesor de Derecho Romano, un genio absoluto, excéntrico y un poco chiflado, de esos que dejan huella en sus alumnos para siempre, don José Luis Murga Gener. Murga, como le llamábamos todos, tenía una gran capacidad para hablar en metáfora y utilizaba unas expresiones peculiares que sólo pudimos comprender, pues él de entrada no las explicaba, después de dos meses escuchándole con la boquita abierta y sin tomar un solo folio de apuntes.

Murga explicaba los entresijos del Derecho Romano entendiéndolo como un fenómeno complejo que se había desarrollado en una doble dimensión temporal y espacial, por lo que su estudio tenía que abarcarse desde una visión global que comprendiera ambas dimensiones. "¡Subid al helicóptero!", nos decía a gritos a primera hora de la mañana, "¡no fijéis la vista en las azoteas y los tejados, subid al helicóptero y contemplad la ciudad entera, las tierras que la rodean y el horizonte!"

Para comprender lo que va a pasar esta noche hay que seguir los consejos de Murga, subir a un helicóptero y elevarse con él muy, muy alto, para ver muy lejos en el espacio y en el tiempo, pues lo que tiene lugar es la culminación de la celebración religiosa más antigua del mundo: la romería del Rocío.

Quien se haya echado las manos a la cabeza tiene que decirle a su piloto que se eleve muchos más metros sobre el suelo, hasta vislumbrar las llanuras de Mesopotamia hace miles de años. Allí, donde el hombre despertó a la consciencia de su propio ser, en el valle del Tigris y el Éufrates, habitaba el pueblo sumerio, niños en medio de la vieja Tierra, y como casi todos los niños, temían a la noche. Y temerosos levantaban sus ojos a la luna y las estrellas innumerables y presintieron que su luz tendría que haber sido puesta en el firmamento por una diosa benefactora pues, misteriosa como la oscuridad de la que provenía, no podría tener otra condición que la femenina, a la que llamaron Innana.

Innana, Guardiana de las leyes del Universo, era también diosa del amor, guerrera, protectora de ciudades. Viajó hacia el oeste, se convirtió en la babilónica Ishtar y la fenicia Astarté, recibió los títulos de Reina del Cielo y Señora de la Tierra. Coronada de estrellas y con la luna a sus pies, se identificó con el culto a la madre Tierra y con la fertilidad, progenitora de todos los seres vivos. Su símbolo era una paloma blanca.

Astarté llegó a nuestras costas a bordo de los barcos fenicios hace más de tres mil años y su culto se extendió por el valle del Guadalquivir, aunque también llegó al mismo destino siguiendo otros caminos más largos.
Uno de ellos la llevó a Egipto, donde se identificó con Hator - diosa del cielo, la fertilidad y el amor - y más tarde ésta se mimetizó con Isis, la gran Maga, la madre virgen, representada con el niño Horus en su regazo, trono del dios encarnado. Sobre su cabeza se dibujaban dos cuernos de buey en medio de los cuales lucía un disco solar. Roma la incorporó a su panteón y con las legiones romanas Isis viajó a los confines del Imperio.

Un segundo camino la llevó a Grecia y allí su personalidad dual se trasnformó en la pacífica Deméter, literalmente "la madre", que hacía crecer las cosechas, y la sensual y a veces peligrosa Afrodita, a la que los romanos llamaron Venus, estandarte del Imperio, pues el mismo Julio César se proclamaba su descendiente. Su símbolo era una paloma blanca.

Esta noché saldrá de su hermita en procesión la Virgen del Rocío, a la que llamamos Reina del Cielo, Trono de Dios, Madre universal, la que obra milagros. Coronada de estrellas y con la luna a sus pies, su símbolo y su sobrenombre es la Blanca Paloma.
"¿Casualidad?", gritaba Murga dando una palmada cuando hallaba coincidencias en el comportamiento de los pueblos que, distantes en el espacio y el tiempo, llegaban a una misma solución. "¿Se escribieron una carta? Yo diría que no."

No profesor, ni los sumerios, ni los egipcios, ni los griegos escribieron carta alguna a los que participan en la romería esta noche. No les han explicado cómo celebrar el culto, cómo bailar, cómo rezar, cómo adornar la cabeza de los bueyes - y no nos metamos con el culto al toro porque eso también sería largo de contar -, o con qué títulos llamar a su Virgen. Y esto precisamente me parece lo mejor de todo.
El culto a la antigua diosa, cristianizado y aderezado con nuestro propio flolklore, está inscrustado en el subconsciente colectivo de todos los pueblos que llevamos miles de años habitando a orillas del Mediterráneo. Existe una conciencia común que nos conecta con gentes de otras tierras y otros tiempos, que nos lleva a través de los siglos a las noches del Peloponeso y del valle del Nilo, a las llanuras de Mesopotamia, cuando el hombre era joven, tenía miedo y buscó el consuelo en los dioses.

"Cuando yo iba al Rocío de joven, la Virgen salía con las luces del día, esto de sacar al la Virgen de noche... no sé no sé", se volverá a quejar mi padre, de familia de grandes rocieros, aunque se queja muy poquito. "¿Y te extraña papá? De noche nació, bajo las estrellas innumerables".

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