En las noches de fiesta casi todo está permitido.
Por supuesto dentro de la lógica armonía que debe imperar entre personas civilizadas.
Se come, se bebe, se canta (cánticos locales, regionales e internacionales) y se brinda por los éxitos obtenidos en el pasado y por lo que ha de venir; ese adviento constante y perdurable.
La alegría nos une.
La diversión se contagia y nos lleva a sentirnos a gusto dentro de los elementos de nuestra tribu. Somos grupales por naturaleza, aunque haya excepciones.
Las burbujas de la cerveza o el champán, el regusto del tinto o la sequedad con aromas a madera del scotch whisky nos desinhiben de nuestros complejos y de la vergüenza hasta hacernos sentir protagonistas, a veces histriónicos, de nuestro alrededor.
Hasta tal punto puede llegar nuestra inconsciencia que somos capaces de intentar, con la tajá, equilibrios sobre una silla.
Y es que algunos no se han enterado
que el pasado no está muerto ni enterrado.
¡Feliz Año!
1 comentario:
Desde luego, tras los hurras correspondientes, no viene mal algo de diversión.
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