Los tiempos habían cambiado. Sí, definitivamente ya no eran los mismos. Hubo un tiempo, allá por los finales del XIX y principios del XX que ir a Huelva era un deleite. La cortesía y la caballerosidad de las costumbres inglesas aun se mantenían en el deporte y tras cada partida, los jugadores de los dos equipos contendientes se reunían para cenar y pasar una velada agradable. Los anfitriones ejercían como tales y todo era maravilloso.
Pero pasó el tiempo. Se fueron los ingleses y quedaron los nativos. Y ya nada fue igual.
Ir a jugar a Huelva era jugarse la vida ya fuese el Betis, el Nacional o el Sevilla. Les daba igual.
Estamos en 1923. El dominio sevillano sobre el fútbol andaluz era patente, sin embargo seguir yendo a Huelva era jugarse la vida.
Pero frente a las pedradas onubenses música sevillana. O mejor dicho chufla sevillana.
Pero pasó el tiempo. Se fueron los ingleses y quedaron los nativos. Y ya nada fue igual.
Ir a jugar a Huelva era jugarse la vida ya fuese el Betis, el Nacional o el Sevilla. Les daba igual.
Estamos en 1923. El dominio sevillano sobre el fútbol andaluz era patente, sin embargo seguir yendo a Huelva era jugarse la vida.
Pero frente a las pedradas onubenses música sevillana. O mejor dicho chufla sevillana.
Les ruego que lean el artículo.
No tiene desperdicio.
Una banda amenizó el encuentro.
¿Saben quien envió la banda, o mejor dicho; la murga?
Sigan leyendo;
1 comentario:
¡Es mucho Voladizo!
Y chufla también tiene usted tela.
A usted lo que le pega es un pasodoble y bajar la mano izquierda.
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